A diferencia de otros, este era
un viaje planificado desde hace algunos meses. Al principio la idea de ir a
Istambul me seducía por aquello de su historia, pero por otro lado no tenía muy
claro que me apeteciese conocer la cultura turca.
El espíritu aventurero y las
ganas de vivir todo cuánto se pueda, me hicieron no titubear mucho a quien me
propuso la visita. Esta última semana, antes de partir, el deseo de estar en Istambul
crecía por momentos y finalmente el pasado viernes, mi amiga Amalia y yo
poníamos rumbo a Oriente.
Nada más llegar, me sorprendió lo
cosmopolita de la ciudad, que sin lugar a dudas, esperaba más decadente. Lo
primero que teníamos que hacer era ubicarse en el mapa y estudiar la mejor forma
de moverse por una ciudad, nada fácil, por sus casi 14 millones de habitantes,
que según datos demográficos, la convierten en la tercera más poblada de
Europa.
La primera tarde en Istambul fue
muy tranquila apenas un paseo por los alrededores de la mezquita de azul y el
primer recuerdo de la infancia: mazorca asada. Mi hermano Jose y yo éramos
“adictos” en verano a ese aperitivo, clavábamos el tenedor en uno de los
extremos de la mazorca, la asábamos y después a devorarla como roedores… Por lo
tanto, se hacía más que necesario comprar una de ellas y probarla, en este caso
en un marco mucho más idílico.
Después, llegaba el momento de la
cena y la verdad es que Estambul posee miles de sitios con encanto en pequeñas
callejuelas donde con una cuidada iluminación y no menos exquisita decoración, hacen
que la comida turca se convierta en uno de esos placeres sublimes, sabores
típicos que se mezclan con intensos olores dando como resultado inolvidables
recuerdos destinados a permanecer impasibles en mi mente.
A la mañana siguiente, Murat, el
guía q nos acompañó hasta bien entrada la tarde nos transportaba a épocas
pasadas, Bizancio y Constantinopla, tomaban vida de nuevo y fue ahí, donde me
di cuenta que debo tener ascendencia otomana, sobre todo al ver la colección de
armas, que más bien eran impresionantes reliquias del pasado, en una de las
múltiples exposiciones del palacio de Topkapi. Por unos momentos, me sentí un
verdadero Sultán, con todos los privilegios que eso conllevaba.
Explicaros con palabras la
belleza de Santa Sofia o la de la mezquita azul, es prácticamente imposible, o
al menos, mi léxico no lo permite. Por eso os dejo algunas fotos, para que
entendáis porqué son patrimonio de la humanidad.
Ir a Istambul y no hacer un crucero por el Bósforo es casi un sacrilegio y lo es mucho más si uno no visita el gran bazar o el bazar de las especias y eso fue lo que hicimos en los días siguientes. Una vez más la mejor muestra de ello son las imágenes.

Istambul es una ciudad
sobrecogedora en muchos sentidos pero, si tuviese que elegir dos imágenes
durante este viaje, la elección es clara, la primera de ellas es la de una
mujer turca comiendo con burka y la segunda la mirada sobrecogedora de Hammed,
un niño de no más de ocho años que encontré vendiendo pañuelos por la calle.
Gestos y miradas que invitan cuánto menos a reflexionar y a ser conscientes de
lo afortunados que somos los que tenemos la suerte de sentarnos frente a un pc
a escribir nuestras experiencias y los que estáis al otro lado leyéndolas.
Nuestra realidad, por muy difícil
que sea, podría ser aún peor, por eso, tenemos que aprender a relativizar, a
darle importancia a lo que de verdad la tiene y a no cesar en la búsqueda de
aventuras que nos aporten nuevas e inolvidables vivencias. Istambul, es una
parada casi obligada en el camino de la vida, un destino único que encierra la
magia de épocas pasadas donde tradición y modernidad conviven de manera
sorprendente.
A qué estas esperando para
planear un viaje a Istambul? Corre…!!!
Si quieres conocer más, échale un vistazo a este link: http://blogs.antena3.com/a-mi-manera/estambulla-magia-olores_2012062000174.html
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